Silencio ensordecedor (crónica)

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El río Amazonas pierde profundidad y gana amplitud, debido a que no alcanza a transportar el sedimento extra producido por la minería fluvial. Foto “David Valencia”

Seguramente siguiendo los pasos de Julian Gil Torres y tal vez en busca de la fortuna de toparme con la tribu indígena que lo retuvo, desperté abruptamente con el rugido de dos poderosos V12 diésel a toda máquina, aunque pude comprobar que es más fuerte el sueño que un par de bestias mecánicas encendidas, me senté sobre el camarote con la cabeza doblada, no porque el techo fuera bajo sino porque estaba en el tercer nivel de la cama múltiple, el calor es sofocante debido a la poca circulación de aire y al casi hacinamiento. Son las cinco de la mañana, como pude logre bajar al frío piso de lamina, para tener que empezar a trepar de nuevo por la escalerilla metálica rumbo a la diminuta escotilla circular posicionada en el techo y paralela al piso, que lleva a la cubierta del buque (más específicamente a la proa), es blindada y está hecha de acero, pero luchar contra ella es el precio que hay que pagar si se quiere escapar a la libertad, a esa hora todo es penumbra, pero si se tiene surte se lograrán ver delfines rosados que a la misma velocidad de la nave saltan sobre el agua dibujando parábolas, es fácil quedar hipnotizado por la belleza subliminal y siniestra del paisaje, el sol aún no sale, la neblina esconde lo que hay más allá de 10 metros y el buque lucha contra la corriente del poderoso río, yo solo me dedico a hacer mi trabajo, agarrar mi cámara y capturar el momento, sin camisa, con la toalla en el cuello, en pantaloneta y con el cepillo dental en mis dientes.

-Valencia, aléjese del borde- grita mi Te. Gutiérrez.

A lo cual mentalmente respondo con un gesto obsceno, pero físicamente con un…

-Como ordene mi Te.- y cumplí la maldita orden.

Ambas orillas del rió están equidistantes de nuestra posición, ya la niebla se ha despejado, pero aun así ninguna orilla es visible Y no por la presencia de niebla sino por la lejanía de las mismas, la luz entra por todos los flancos, la soledad es aplastante e incluso excitante, así pude comprender que estábamos navegando sobre el indomable río Amazonas.

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Efectivamente me aleje del borde, no tanto por la orden del oficial, sino por las historias que me habían contado los indígenas con los que hablé el día anterior, desde bestias antropófagas hasta diminutos pececillos que se introducen por la uretra quedando incrustadas en el interior del pene o de una vagina despistada.

-No se meta al agua- fue la conclusión del anciano.

Pero fue en ese primer día de navegación y más específicamente cuando en medio de la nada otro motor interrumpía el maldito ruido del nuestro, era una draga extractora de oro, que perfora una herida en la piel de la enorme bestia a la misma velocidad del agua, en ese momento comprendí que es el Amazonas quien nos teme, que está empezando a morir y esas historias locales no son más que un acto defensivo de río.

David Valencia

Autor: David

Soy un ciudadano del universo, quizá uno más o tal vez el único. He recibido formación en fotografía desde la académica luego fui a la guerra, en ella no solo me distraje haciendo fotografías de la muerte, la soledad, las injusticias y de una que otra casualidad sino a entender el mundo desde la perspectiva de un árbol, del río, de la selva. Aunque no vivo de la fotografía sí espero hacerlo haciendo arquitectura, entendiéndolo a usted como ser humano, a su entorno y para eso continúo recorriendo el mundo en mi moto, con mi cámara, con un lápiz y un papel, ya sea para dibujar objetos, personas o paisajes sino para dibujar fonemas. Escribo y de vez en cuando entro en conflicto con mis propios pensamientos. Espero me entienda o mejor no lo haga.

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